BARILOCHE.- Fue una noche de gran significación porque en el ciclo de la Semana Musical Llao Llao se alcanzó una altísima calidad musical por la brillante y sorprendente actuación de la Orquesta Sinfónica del Neuquén, con la batuta de su director adjunto, Andrés Tolcachir, el talento impar del violinista Rafael Gintoli y el valor artístico de las obras del programa: obertura Las Hébridas , de Mendelssohn, Concierto en Re mayor para violín, de Tchaikovsky, y la sinfonía Del Nuevo Mundo , de Dvorak.
Pocas veces como en esta oportunidad se recibió un impacto emocional tan conmovedor. Los acentos románticos y descriptivos del oleaje del mar imaginados por Mendelssohn en su hermosa página referida a las Hébridas y toda la atmósfera que respira la composición fueron logrados con acierto por la batuta de Andrés Tolcachir. Al mismo tiempo, se apreció refinamiento en el fraseo, variedad de matices y encuadre en el lenguaje germano del compositor del mejor cuño, sólo posible con un maestro de sólida preparación y de un conjunto instrumental de calidad.
A renglón seguido, se escuchó una estupenda versión del concierto para violín de Tchaikovsky, gracias a la admirable actuación de Rafael Gintoli, que dictó una clase magistral de interpretación basado no en el virtuosismo técnico del violín sino en el de la expresión, el cálido fraseo, la sensibilidad artística y la variedad de intensidades, todos los aspectos de la música que no están escritos en los pentagramas, pero que forman parte del arte de la interpretación superior.
Al mismo tiempo, y secundando al solista con llamativo aplomo, la Orquesta del Neuquén, conformada por maestros jóvenes pero evidentemente profesionales, de sólida formación, cumplió una faena sin mácula. Andrés Tolcachir, por su parte, aportó solvencia y autoridad para dar una versión que secundó el gran lirismo del solista, pero aplicando sonoridades y matices bien distintivos del espíritu ruso, detalle que suele quedar con frecuencia algo desatendido.
Cabe señalar que el célebre movimiento lento bautizado por el creador como canzonetta , fue expresada por Gintoli y Tolcachir en una amalgama monolítica de tipo espiritual y estético. Como el solista se ubicó de un modo que parecía rodeado por los músicos y por el público, la expresión sonora tuvo su correlato con la manera de ejecutar que tiene el artista, que con sencillez e inocultable pasión dejó escuchar una línea expresiva de gran sensibilidad.
La segunda parte de la velada provocó asombro, además de renovada esperanza en el futuro del país. La juvenil Orquesta Sinfónica del Neuquén guiada con energía y refinamiento por Tolcachir ofreció una maravillosa versión de la famosa sinfonía Del Nuevo Mundo , de Antonin Dvorak, con una enorme seguridad de sonido y solistas impecables como fue el caso del célebre sólo de corno inglés con un discurso musical comunicativo y de gran calidad sonora.
Desde el punto de vista interpretativo, Tolcachir ofreció una versión acertada en el logro de la atmósfera checa de las creaciones del compositor, que suele confundirse con excesiva frecuencia con el clima de los temas y ritmos provenientes de la música del folklore norteamericano. Tanto por las dinámicas, el refinado y sutil lenguaje y el manejo de variadísimos planos sonoros, la imponente obra de Dvorak fue apreciada en su más pura esencia. La estruendosa ovación de un público enfervorizado se prolongó hasta lograr una obra fuera de programa: la obertura de Las bodas de Fígaro , ágil, chispeante y en el más perfecto estilo para la clausura de una noche superlativa que ha de quedar en el recuerdo de los grandes acontecimientos musicales, gestado íntegramente por artistas nacionales.
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