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Nuevos usos y costumbres en la clásica

Cierto aire fresco llega a la escena académica a partir de algunos permisos que rompen herméticos protocolos

Por Juan Carlos Montero (LA NACION)

El mundo de la música clásica tiene sus bemoles. Y algunos sostenidos que, según un estrictísimo catálogo de preceptos, sus seguidores deberían cumplir. Pero ser tan categórico y rígido es un espantajóvenes o, más bien, un repelente de nuevos adeptos que la clásica podría llevar para sus arcas y, en definitiva, no hace al hecho artístico. Por eso, algunas reglas que los ortodoxos enuncian como inquebrantables podrían, verdaderamente, ser más flexibles.

Si bien es cierto que en los últimos años se puede notar una tendencia que apunta hacia esa flexibilidad (tal el caso del festival que periódicamente realiza el Lincoln Center de Nueva York, en el que la música académica se puede disfrutar cómodamente despatarrado sobre un mullido almohadón), el tema ha llegado a tal punto que hasta la Liga de Orquestas Americanas encargó a una consultora un estudio de mercado que los ayude a mantener su público y a atraer uno nuevo. Muchas de las respuestas estaban relacionadas con aspectos absolutamente extramusicales.

Discusiones como éstas permiten realizar una enumeración de lo que sí debería tenerse en cuenta. A saber:

 

  • No llegar tarde a un concierto. Tampoco es correcto regresar a la sala tras el intervalo cuando ya se reanudó la función (aun cuando la charla en el hall, copa de champagne mediante, haya sido muy entretenida).
  • Ya en la butaca, cuando se apaga la luz, deben acabarse las conversaciones. No está bien visto que un plateísta se mueva demasiado ni que haga ruido con el programa de mano o el papel de un caramelo (aunque, a veces, el caramelo ayude a calmar la tos).
  • Es intolerable dejar el teléfono celular encendido: aún silenciado, los destellos de luz que se activan con una llamada son sumamente molestos.
  • No retirarse de la sala por más que el concierto no sea de su agrado. El protocolo indica que sólo cuando el director de la orquesta deje la batuta, la vía de salida estará formalmente habilitada. Esta regla es flexible en casos de extrema necesidad.

Buenos ojos
  • Hay procedimientos que no todo el mundo tiene por qué conocer. Como la propina que se le ofrece al acomodador, generalmente a voluntad. Pero en teatros líricos, el programa tiene un precio fijo y, si uno no lo conoce, corre el riesgo de quedarse sin él y con vergüenza frente al acomodador.
  • Es cierto que no se debe interrumpir la interpretación de una obra con un aplauso, pero tampoco debería ser tan mal vista una demostración espontánea entre movimientos.
  • Como en la vida misma, cada quien debería poder elegir qué vestir, aun cuando ello rompiera con el dress code de la ópera que, a decir verdad, se ha vuelto cada vez más relajado.

Otras miradas

Soledad de la Rosa (soprano)

 

  • Toses y otras cosas. Cuando soy yo la que está en el escenario no sólo que me encanta que me aplaudan en medio de un aria -es un regalo del cielo- sino que me da tiempo para respirar, escupir y toser (se ríe) antes de volver a empezar. A veces la obra se impone por sí sola y no se puede no aplaudir.

Alberto Bellucci (director del Museo de Arte Decorativo)
  • Raras informalidades. No me interesa la corbata pero se trata de música que fue escrita para ser escuchada con recogimiento. Hay que contener el aplauso, no se puede invadir esa orilla de mar silencioso en el que terminan algunos movimientos. En general no me molesta la informalidad pero sí los turistas que aparecen en sandalias y shorts. Cuando cubría conciertos de electroacústica en los años 70 todos olían a patchouli y vestían jean y camisolas mientras yo iba de saco y corbata. Ahí, definitivamente, el raro era yo.

Andrés Tolcachir (director de la Sinfónica de Neuquén)
  • Bienvenidos los intrusos. Los aplausos a destiempo no me generan ningún problema; todo lo contrario, me muestran que hay gente nueva y qué es lo que le pasa con lo que nosotros hacemos. Los chistidos silenciadores sí me indignan, es como decir: "¿qué hace ese en nuestro santuario?"

Gerardo Gandini (pianista y compositor)
  • Prohibidos ruidos molestos. Sigo apostando sólo a que no haya ruidos. El fundamento del silencio busca no molestar a quienes están tocando. Los conciertos de música contemporánea son suaves y dejan escuchar una serie de sonidos que son muy molestos. Sí hay cierto esnobismo en el tema de la vestimenta; ahora hasta queda bien ser de lo más informal. Sigo creyendo que no hay que aplaudir en los movimiento, pero si alguien lo hace está bien porque le gustó, peor es el chistido del que reprende.

Marcelo Lombardero (director artístico del Argentino)
  • Aplausos son mimos. Los ruidos son molestos también en el cine o en el teatro, eso no es privativo de la clásica. En relación a los aplausos no tengo una posición tomada, no me molesta que la gente aplauda en el medio de una sifonía, pero es cierto que es mejor apreciar la obra en silencio. Aunque a decir verdad a mí me encantaba que me interrumpieran en medio de una actuación.

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1106458

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